En espera de los resultados de los primeros partidos son seguro 3 las ciudades que verán los jugadores de La Roja en Brasil. Con toda seguridad, aparcarán los entrenamientos algún rato para disfrutar de las maravillas del país, pero habrá otras cosas muy cerca, que su categoría de superestrellas les impedirá experimentar y nosotros, turistas sin más, podremos vivir.
1. Lo que verán en Salvador de Bahía: El Pelourinho
Es el barrio histórico de Salvador de Bahía, visita obligada de cualquier turista. Situado en lo alto de la ciudad, sus calles empedradas y los edificios coloniales de colores nos sitúan en un Brasil en el que pareciera no pasar el tiempo si consiguiéramos sacar a los turistas que se agolpan en él con sus móviles, tabletas y cámaras de vídeo y fotos.
Pelourinho era hasta 1884 una palabra habitual entre los habitantes de muchas ciudades de Brasil. Se refiere a la columna de piedra colocada en la plaza principal de la población para exponer a los esclavos, comerciar con ellos o castigarlos. Podemos imaginar de dónde vino el nombre del barrio y por qué.
2.No experimentarán en el corazón de Bahía, el sonido de los múltiples conciertos improvisados en cada esquina. No comerán un acarajé preparado como hace décadas por una gran negra vestida de blanco en un puesto callejero. Nadie les colocará sin darse cuenta en la muñeca una fita de bonfim, una pulsera de tela con tintes religiosos, para después chantajearles la mayor limosna posible. No pasarán una noche en cualquier plaza, embriagados de caipirinha y soportando los empujones bailongos de bahianas y bahianos sudorosos y animados con muy poco respeto por los límites de cercanía interpersonal europeos, pero con fragancia de jabón y perfume (lo entenderás pinchando en el enlace).
3. Lo que verán en Río de Janeiro, el CorcovadoY es imposible no ver esta estatua de 38 metros encima de la colina de 710. A los cariocas les gusta ver la estatua como un gran padre que abre sus brazos protectores para todos los que habitan la ciudad. Un refugio de fe para los abnegados ciudadanos que viven con paradójica alegría el calor, la inseguridad y la injusticia diaria de un país al que le queda mucho por recorrer en igualdad social. Fue construido en 1931 sobre una colina que se llamó en su día «Pico de la Tentación», y sufragado por todo Brasil. Se organizaron fiestas, celebraron rifas, se pidió dinero casa por casa para poder construir un monumento que simbolizara todo un país. Los brasileños ya demostraron hace 80 años, que a veces el corazón puede hacer más cosas que la cabeza, a la hora de llevar a cabo el proyecto que quieren.
4. No podrán tener una charla tranquila en la Colonia de Pescadores que aún resiste en un rincón de la playa de Copacabana. Con unas instalaciones muy pequeñas y unas 20 embarcaciones sobre la arena, esta pequeña comunidad de trabajadores del mar resiste al tiempo. Salen entre las 5 de la mañana y las 9 a pescar y dejan el género en una pequeña tienda que hay allí mismo. El resto del día lo pasan reparando las barcas, echando remiendos a las redes o simplemente bebiendo cachaça y compartiendo la visión de una ciudad desde un mismo lugar a través de los años.
5. Lo que verán en Curitiba: el Jardín Botánico
Con su Palacio de Cristal, inaugurado en 1993, es un ejemplo del orden y el diseño del que les gusta presumir a los habitantes de Curitiba. Los jardines de formas geométricas intentan emular a los de Francia y el gran invernadero Art Noveau está inspirado en un palacio de Londres. Es un intento doble de conservar la botánica de la región y de dar una muestra de que la ciudad es más ecológica, ordenada, cosmopolita y moderna que la media de Brasil. Con profundas raíces europeas, los curitibanos se empeñan en querer demostrar que en Brasil no todo es samba y carnaval
6. Pero no se detendrán en la puerta para charlar con su portero Antônio da Silva, que como a cualquier brasileño le gusta hablar de todo y de nada en la misma conversación. En un tono pausado y cercano, contará como la gente se llevaba las plantas a su casa o el último rifirrafe que tuvo con unos chavales que se colocaban bajo el puente para ver las braguitas a los turistas. Y esto señores y señoras, también es un placer que no podrán tener las estrellas del fútbol y sí todos los que viajen por Brasil gastando (de verdad) la zapatilla.