Les pasa a muchos de ellos, al abandonar esa bella ciudad italiana. No se encuentran bien. Y todos entendemos que perder de vista la maravillosa basílica de San Marcos o el Palacio Ducal, es desde luego un shock. Pero sucede algo más para que los habitantes de La Ciudad de los Canales presenten diversos síntomas extraños.
Les cuesta concentrarse, tienen una extrema fatiga e incluso les cuesta mantener el equilibrio, andan raro, tienen la sensación de estar en una hamaca o mecedora, si se sientan o se quedan quietos, la cosa empeora ¿por qué?
Lo que les pasa a los italianos de La Ciudad de la Laguna coincide exactamente con lo que les pasa a los marineros que llevan meses en la mar es el síndrome del desembarque o el mal de tierra firme, y diréis ¿qué tiene que ver? Pues tiene que ver y mucho, porque Venecia no es tierra firme.
Lo que ahora visitan 20.000 personas cada día, en su día se escogió por ser una laguna pantanosa donde no quería ir nadie. Cuando en el siglo V los pueblos «bárbaros» llegaron a las zonas cercanas a Venecia, sus habitantes decidieron que trasladándose a un lugar lleno de fango y mosquitos, no serían molestados. Pero pronto vieron que sus casas se hundían a la mínima.
Para encauzar las aguas construyeron los canales que ahora surcan las góndolas y donde querían edificar clavaron en el suelo arcilloso pilotes de madera, algo parecido a lo que ocurre en Amsterdam y en otros territorios ganados al agua. Es madera a la que el paso de los años y los sedimentos han construído en un material duro casi como la piedras, pero que tiene ligeros movimientos.
Esos ligeros movimientos imperceptibles son los que hacen que los venecianos crezcan y vivan en un leve vaivén al que se acostumbran y cuyo cuerpo echa de menos al estar en tierra firme.
Poco tengo que añadir a la belleza de La Reina del Adriático. Recorrer sus calles a pie es una experiencia preciosa y hacerlo sobre una embarcación como medio de transporte nos hace sentir estar en un lugar único. El runruneo de los turistas, los cantos lejanos de los gondoleros, la bruma constante y el aroma de los canales embriaga. Venecia despide belleza a bocanadas. El mismo paisaje que pintaron con esplendor Canaletto o Tintoretto, condujo lentamente a su fin al protagonista de Muerte en Venecia, de Thomas Mann.
Venecia decae pero no se muere, se mueve.
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